IMPERIO DE LA EDAD MEDIA
Siguiendo a sus predecesores, especialmente a Constantino, - que llegó a considerarse obispo y decimotercer apóstol -, Justiniano consideraba que la unidad del Imperio pasaba por la unidad religiosa y, si bien, Justiniano era ferviente partidario de la ortodoxia nicea, también es cierto que consideraba que el emperador debía ser cabeza de la Iglesia, pues lo mismo que había un único Dios que gobernaba en el Universo, debía existir un único emperador que rigiera en la tierra; de hecho, a modo de ejemplo, cabe señalar que el "complicado ceremonial cortesano, que la Iglesia ortodoxa griega recogió en su liturgia, tendía a identificar al emperador con el propio Dios".
Para la teoría imperial, el emperador era concebido como mediador entre Dios y los hombres, cuyo deber era asegurar la salud espiritual de sus súbditos y velar por el cumplimiento de la voluntad de Dios, de manera que "el emperador se arrogaba así el derecho de decidir en todos los ámbitos, tanto en los seculares como en los espirituales".
Puesto que de la unidad religiosa dependía la unidad del Imperio, y puesto que el monofisismo era fuerte, especialmente en Egipto y Siria, Justiniano, - muy influido además por su mujer, Teodora, de simpatías monofisitas -, creyó necesario buscar vías de conciliación a fin de evitar tensiones internas y conseguir una unidad sin fisuras. Para ello, propuso la llamada fórmula teopasquita. Pero esto implicaba la intervención directa del emperador en cuestiones de doctrina cristiana. Frente a estos intentos de usurpación de funciones, el papa Agapito I (535 - 536) resolvió convocar, por su iniciativa, un Concilio que habría de celebrarse en Constantinopla (en 536), en el que se reiterarían las condenas al monofisismo. Medio siglo antes, Félix II (483 - 492) había excomulgado a los patriarcas de Constantinopla (Acacio) y Alejandría por aceptar el Henotikón, decreto firmado por el emperador Zenón y que, como la fórmula, contemplaba cesiones al monofisismo, en lo que supuso el primer cisma oficial con Oriente (Cisma de Aecio), que se prolongaría hasta 518 a causa de la postura del nuevo emperador Anastasio (491 - 518), que simpatizaba con el monofisismo.
Pero Justiniano dio un grave paso: El Concilio de Calcedonia de 451 había rehabilitado a tres autores que en un principio habían simpatizado con el nestorianismo (precisamente la doctrina que había suscitado, como respuesta, el monofisismo). Justiniano, para atraer a los monofisitas, propuso que se condenaran algunos de los escritos de estos autores (cuestión conocida como de los Tres Capítulos), pero como el papa, Vigilio, a la sazón, se negara a tal condena, el emperador resolvió llevarle a la fuerza a Constantinopla para, convocado un concilio (548), obligarle a condenar dichos escritos. La intervención del emperador en asuntos eclesiásticos y de fe no podía llegar a mayor extremo.
Será la actitud de los emperadores bizantinos y el rechazo de los patriarcas orientales a aceptar la primacía del Obispo de Roma, lo que llevara a los papas a buscar nuevos apoyos entre las monarquías germánicas, especialmente entre la pujante y estratégicamente situada monarquía franca.
La presión ejercida por las invasiones lombardas, por las ambiciones de la aristocracia romana y por el emperador bizantino en el contexto de la Querella Iconoclasta, lanzaron al Papado en brazos de los gobernantes de un reino franco, que se mostraba activo y eficaz en la lucha contra diversos enemigos, que ampliaba sus fronteras de día en día y que, en la persona de los antiguos mayordomos de palacio, la dinastía pipínidas, puesta en marcha por un noble de Brabante, Pipino el Viejo, se muestra defensora de la Iglesia y el catolicismo.
El Papado y el Imperio Carolingio
Teniendo en cuenta el prestigio e influencia del Papado en Occidente, y en base a la llamada Leyenda de San Silvestre por la cual, el Papa habría recogido las insignias imperiales de las que Constantino, arrepentido por sus pecados, se habría despojado, el rey de los francos, Carlomagno, se preocuparía de ayudar al Obispo de Roma a mantener su posición en Italia, a cambio de ser coronado como emperador: Así, en la Navidad del año 800 - y tomando como excusa el "femíneo reinado" de Irene en Bizancio - el Papa recompensaba al monarca franco, coronándole como emperador.
Sin embargo, las tensiones surgieron enseguida, dado que el concepto de dignidad imperial era interpretado de manera bien distinta en Roma y Aquisgrán. Para el Papa, el Emperador de los romanos no era sino, el protector de la Iglesia y la Roma de San Pedro, es imperator, pero también ortodoxus: Ser emperador no es sólo un título que permite ejercer la soberanía sobre el orbe, sino una responsabilidad, un ministerio, y en consecuencia, la Iglesia no sólo define el concepto y los fines del Imperio, sino que incluso puede juzgar los actos del emperador y quitarle lo que le dio.
Sin embargo, para la cancillería carolingia, la dignidad imperial, si bien ha sido otorgada por el Papa, es ostentada por Carlomagno en base a su esfuerzo y la lucha en defensa del Papa y de la Fe: No depende, pues, exclusivamente del Papa, de manera que el emperador también tiene la iniciativa. Para los intelectuales áulicos de la corte carolingia, la Europa cristiana ha sido reunida por Carlomagno a través de sus victorias, y lo ha hecho como vicario de Dios, como guía ayudado por la divina piedad, mostrando que los francos son el nuevo pueblo elegido, y Carlos el nuevo David. El emperador ha de defender militarmente a la Iglesia y preocuparse de ejercer su autoridad con justicia y conforme al orden natural querido por Dios (ortodoxo), mientras que el Pontífice se limitaría a interceder por el Emperador para que cumpliera con dichas tareas. Ahora bien, no es el Papa la cabeza del Universo, lo es Dios, ni tampoco puede ejercer potestades terrenales, lo que corresponde al emperador, de manera que, no corresponde al Papa enjuiciar a los príncipes, ni fijar los objetivos del emperador y menos aún arrebatar la dignidad imperial al titular de la misma, cosa que sólo correspondía a Dios, cuya voluntad se manifestaría en caso de no obtener el emperador victorias, lo que reflejaría la pérdida del favor de Dios.
Precisamente, tras la muerte de Carlomagno, el Imperio entra en un rápido e imparable proceso de descomposición: El Papado retoma la iniciativa, reivindicando Nicolás I la primacía del Papa e insistiendo en que el poder imperial derivaba de la autoridad pontificia, de manera que hacía al emperador súbdito del Papa: La desobediencia al mismo, implicaba no sólo infidelidad, sino idolatría.
La descomposición de la dinastía carolingia y el imperio franco vino motivada por la dura pugna que enfrentó a los diversos hijos de Luis el Piadoso por desligarse de un poder central y hegemónico, pero también por la incapacidad de los dinastas carolingios de defender a sus súbditos de las terribles incursiones de normandos y magiares, que además eran paganos.
Los éxitos de Enrique de Sajonia, conocido como el Cetrero o el Pajarero, frente a los magiares, llevó al Papado a trasladar la dignidad imperial del Norte de Francia y el linaje carolingio, a Alemania y un nuevo linaje, el sajón. Sin embargo, los proyectos de Imperio cósmico suscitados por un sucesor de Enrique I, Otón III o cuestiones como la Querella de las Investiduras, no son sino algunas de las más importantes manifestaciones de las distintas concepciones que, sobre el poder imperial, se tenían en la Europa medieval.
El interés de algunos sectores nobiliares por mantener la autonomía y evitar un fortalecimiento excesivo de la autoridad imperial, hasta el punto de no estar contrapesada por la auctoritas pontificia, contribuirá a generar una corriente ideológica y política que conocemos como güelfa, por la familia Welf de Baviera, que había sido muy receptiva en tiempos de Gelasio I a las doctrinas pontificias.
Podemos decir que la definición del poder imperial y las pugnas con el Papado serán una constante a lo largo de la Edad Media, manteniéndose, al menos, durante buena parte de la Edad Moderna.